Comentario
Medio siglo después de su estallido hoy, cuando ya es accesible una parte de los archivos soviéticos, se conoce mucho mejor el origen de una guerra como la de Corea que pudo producir una conflagración mundial. A diferencia de la de Vietnam, la de Corea ha quedado desdibujada en el recuerdo, no produjo una profunda conmoción moral en Estados Unidos y carece del monumento conmemorativo que aquélla tiene en Washington D.C. Los espectadores de la serie televisiva M.A.S.H., ambientada en ella, a menudo pensaron que se refería al otro conflicto. Pero hubiera sido inconcebible que una alusión a Vietnam se hiciera en tales términos humorísticos.
Para comprender lo sucedido en Corea, es necesario recordar que en torno a 1948 el mundo había quedado dividido en dos, debido a la guerra fría. Lo que habían previsto los aliados acerca de Corea era la desaparición de la colonización japonesa y una cierta tutela internacional durante algún tiempo. En esta península asiática, la ocupación por parte de dos aliados -la URSS y los Estados Unidos- con sistemas de organización social y política tan diferentes tuvo como consecuencia una delimitación de las respectivas áreas de influencia en el paralelo 38.
Al igual que Alemania, Corea quedó así dividida en dos partes. En el verano de 1947, los norteamericanos llevaron la cuestión coreana a la ONU, que decidió la formación de un Gobierno provisional después de la celebración de unas elecciones en la totalidad del territorio. Pero éstas sólo se celebraron en el Sur, dando la victoria a Syngman Rhee, mientras que en el Norte una Asamblea con supuestos representantes del Sur decidía, poco después, la proclamación de la República Popular de Corea. A fines de 1948, los soviéticos retiraron sus fuerzas de ocupación e inmediatamente después lo hicieron los norteamericanos.
Quedaron, así, enfrentadas dos Coreas. La del Norte fue un Estado muy militarizado, que se apoyaba en fuertes sentimientos nacionalistas. En cuanto a la del Sur, Rhee, que había vivido durante largo tiempo en Estados Unidos y parte de cuyos colaboradores lo habían sido también de los japoneses, fue un gobernante autoritario que propició una vida política escasamente democratizada. No tuvo inconveniente, por ejemplo, en ordenar la prisión de parlamentarios. El temor en el Sur a una intervención comunista parece que era escasa, a diferencia de lo que por entonces sucedía en Alemania. Sin embargo, el Ejército surcoreano estaba poco preparado desde el punto de vista material, mientras que las unidades norteamericanas más próximas -las estacionadas en Japón- sólo disponían de munición para 45 días de combate.
En este panorama estalló un conflicto que fue la primera y la única ocasión en que, tras la Segunda Guerra Mundial, se enfrentaron las dos superpotencias y en el que se corrió el peligro, si bien remoto, de que fuera empleada el arma nuclear. Contrariamente a lo sucedido en otros acontecimientos parecidos producidos en Asia, relacionados con la descolonización, en éste puede decirse que la guerra fría fue la causante única de lo que aconteció. Sin la menor duda, la responsabilidad les correspondió a los soviéticos. Es cierto que Rhee siempre fue partidario de la unificación y en estos momentos hablaba de "una marcha hacia el Norte". Pero, así como él no pudo imponer su solución a los norteamericanos, el oportunismo de Stalin, capaz de tantear cualquier signo de posible debilidad norteamericana, le hizo dejarse convencer por Kim-Il Sung, el líder comunista norcoreano.
No estuvo, sin embargo, dispuesto a intervenir por sí mismo, sino que se sirvió de Mao. El error de los norteamericanos fue haber aparentado no tener tanto interés en Corea: no dejaron allí tanques pretextando que la orografía no permitía emplearlos e incluso disminuyeron a la mitad la ayuda económica solicitada. El secretario de Estado norteamericano, Acheson, cometió la gran equivocación de considerar en público a Corea fuera del perímetro defendible por su país y de este modo pudo crear expectativas en Stalin.
El 25 de junio de 1950 se produjo la invasión, con unos 90.000 soldados norcoreanos apoyados por centenar y medio de tanques soviéticos. En realidad, uno y otro bando habían organizado operaciones bélicas de menor entidad contra el adversario; ahora, los atacantes del Norte pretextaron haber sido agredidos por los surcoreanos. En un principio, obtuvieron victorias espectaculares, de tal modo que al poco tiempo encerraron al enemigo en un perímetro en torno a Pusan, pero provocaron una inmediata reacción no sólo de Norteamérica sino de las propias Naciones Unidas.
Truman y, en general, los norteamericanos percibieron lo sucedido como una reedición de lo que en su día había hecho Hitler: "En mi generación -escribió en sus memorias el presidente norteamericano- no fue ésta la única ocasión en que el fuerte había atacado al débil". Corea fue, para él, la Grecia de Oriente y, como esta nación en 1947, también debía ser salvada de la agresión comunista. La unanimidad en la opinión pública norteamericana fue completa: la ampliación del servicio militar, propuesta por Truman, fue aprobada en el Congreso por 314 votos a 4, pero ahí se detuvo la intervención del ejecutivo norteamericano, lo que sin duda sentó un mal precedente.
El secretario general de la ONU, el noruego Tryvge Lie, declaró que se había agredido a la organización misma. En el Consejo de Seguridad, reunido en ausencia de la URSS, que quizá todavía pensaba en una victoria rápida -los norcoreanos calculaban para la guerra una duración máxima de ocho días-, condenó al atacante. Quince países enviaron efectivos militares a combatir a Corea y otros cuarenta enviaron ayuda humanitaria.
Sin embargo, desde un principio el mando militar fue puesto en las manos del general norteamericano Douglas Mc Arthur, un héroe de guerra que era también un personaje egocéntrico, inestable y desequilibrado hasta la paranoia, al que Truman describía como Mr. Prima Donna y "una de las personas más peligrosas de este país". Sus compañeros de armas eran de la misma opinión; Eisenhower, que había sido subordinado suyo, dijo que "he estudiado drama con él cinco años en Washington y cuatro en Filipinas". La decisión norteamericana respecto a emplearse a fondo en Corea se vio fomentada por el pronto descubrimiento de que el enemigo torturaba y ejecutaba a los prisioneros y a los civiles; 26.000 fueron eliminados entre julio y septiembre. El hecho de que al mismo tiempo se manifestara una presión de la China comunista sobre Taiwan sirvió para acentuar el temor de que el comunismo tratase de lograr una expansión decisiva en Asia.
La situación militar cambió radicalmente cuando MacArthur desembarcó, con apenas 20 muertos, en Inchon el 15 de septiembre de 1950, siguiendo una táctica muy característica suya durante la guerra del Pacífico consistente en llevar a cabo un ataque repentino y decidido a la retaguardia enemiga dejando aislados sus puestos avanzados. De esta forma, el Ejército norcoreano dejó muy pronto de ser un instrumento de combate eficaz y sus unidades se retiraron -las que pudieron- de forma precipitada hacia el Norte. Se planteó entonces la posibilidad de detener las operaciones militares en el paralelo 38 o proseguirlas más arriba. Para MacArthur, como para Rhee, era esencial destruir al Ejército enemigo y llevar a cabo la reunificación del país.
Elementos muy significados de la Administración norteamericana no fueron en absoluto partidarios de traspasar el paralelo 38, pero al general norteamericano no se le obligó a otra limitación en sus planes bélicos que no atacar China. En este momento, se debía haber producido la consulta al Congreso. La propia Asamblea de las Naciones Unidas, siguiendo la que había sido su doctrina hasta el momento, votó de forma abrumadora a favor de la reunificación de Corea. Para casi dos tercios de los norteamericanos detenerse en el paralelo 38 equivalía a adoptar una política de "apaciguamiento" frente al comunismo.
A comienzos de octubre de 1950, los norteamericanos traspasaron el paralelo 38 y la China de Mao se apresuró a declarar, por boca de Chu En Lai, su disposición a reaccionar. La posición de la segunda gran potencia comunista era muy semejante a la de los Estados Unidos sobre Taiwan: no podía dejar que Corea del Norte fuera borrada del mapa. Disponía de cinco millones de hombres en armas para impedirlo. El 24 de octubre, las tropas surcoreanas y norteamericanas estaban ya a 50 kilómetros de la frontera china pero, en noviembre, había de 30.000 a 40.000 chinos combatiendo con los norcoreanos.
Hasta cincuenta y seis divisiones de "voluntarios" chinos fueron utilizadas a continuación en la guerra. Su presencia inicial, por una mezcla de falta de medios y de ocultamiento, pasó desapercibida para el adversario. Pero pronto fue patente que esos soldados, que tenían poco apoyo artillero pero disponían de armas ligeras y se movían al margen de la red de carreteras, podían ser muy peligrosos. Además, aviones Mig de fabricación soviética empezaron a aparecer en el cielo, produciéndose los primeros combates masivos de aviones a reacción de la Historia humana. Uno de los descubrimientos más recientes de la historiografía es que estaban tripulados por rusos, de modo que Stalin al final acabó por comprometer a tropas propias, aunque lo hizo con mucha discreción. A los norteamericanos muy pronto les sorprendieron los ataques adversarios en oleadas humanas con aparente desdén por el número de bajas.
La reacción de MacArthur ante una situación que no había sido capaz de prever fue nerviosa y desproporcionada; probablemente en ese mismo momento hubiera debido ser cesado. Muy pronto se quejó de que no se le dejara bombardear al enemigo en China o los puentes de la frontera de este país con Corea. Llegó a considerar "inmoral" que se le dieran este tipo de instrucciones y debió haber sido partidario, incluso, de la utilización del arma atómica. La mayor parte de los dirigentes norteamericanos, en cambio, no tomó en consideración esta posibilidad, aunque Acheson llegó a decir que lo inmoral era la agresión y no la utilización de cualquier tipo de arma para evitarla y Truman recordó que tan sólo a él correspondía la decisión de utilizar la bomba. Pero los laboristas británicos mostraron una cerrada oposición a esta posibilidad, que nunca se pensó en serio a pesar de tener a su favor la mayor parte de la opinión norteamericana, e incluso el arsenal de este país, que hubiera podido poner fuera de combate a Corea del Norte, es mucho más dudoso que lo hubiera conseguido en el caso de China en estos momentos.
Una reacción como ésta sólo se entiende teniendo en cuenta la potencia del ataque chino y norcoreano. En enero de 1951 volvió a caer Seúl, la capital surcoreana y hasta marzo de 1951 la situación no se restableció en torno al paralelo 38. Pero de nuevo se planteaba el dilema de si autorizar o no el avance más allá de esta frontera. En ese momento tuvo lugar el definitivo enfrentamiento entre Truman y MacArthur.
Ya conocemos la pésima opinión que el presidente tenía del general. En octubre de 1950, habían mantenido una dura entrevista cuando MacArthur había hecho pública la posibilidad de una guerra generalizada en Asia. Siempre se había declarado a favor de una intervención en la guerra civil china en apoyo de los chinos nacionalistas atacando el continente. Luego siguió interviniendo en materias de política exterior cerca de los líderes republicanos, calificando la posición de las Naciones Unidas como "tolerante" con el adversario o incluso criticando al presidente de forma indirecta por no darse cuenta de que los "conspiradores comunistas" habían apostado por iniciar la conquista del mundo en Asia. El 9 de abril de 1951 fue relevado a propuesta del alto mando norteamericano, unánime sobre esta cuestión de principio. Objeto de fantásticos recibimientos en San Francisco y Nueva York, MacArthur tuvo una popularidad enorme pero efímera.
La última ofensiva china y norcoreana se produjo entre el final del mes de abril y mayo de 1951. Pudieron participar en ella 700.000 hombres, que tuvieron unas 200.000 bajas. Luego, finalmente, el frente se estabilizó. En junio de 1951, casi un año exacto después de la agresión norcoreana, el embajador soviético ante las Naciones Unidas propuso un armisticio militar, pero sólo en noviembre se detuvieron los combates de una forma definitiva. En julio de 1953 se llegó a la determinación de la frontera siguiendo una línea que venía a ser, de forma aproximada, el paralelo 38.
La cuestión más discutida en las conversaciones posteriores a 1951 fue la de los prisioneros. Una parte de los norcoreanos en poder del adversario no quiso volver a su país de procedencia. Rhee se negó a firmar un acuerdo para su entrega y les integró en la vida civil de Corea del Sur. Como en tantas otras ocasiones durante la guerra fría, no se puede decir que se hubiera llegado a una solución final sino tan sólo a un arreglo momentáneo. A finales de los años ochenta, Corea del Norte tenía todavía 850.000 hombres en armas para una población de veinte millones de habitantes, mientras que Corea del Sur tenía 650.000 para 42 millones.
El balance de la guerra supuso pérdidas humanas y materiales muy importantes. Aproximadamente, 1.400.000 norteamericanos sirvieron en aquel conflicto y de ellos 33.600 murieron en combate, pero hubo otros veinte mil que perdieron la vida por enfermedades o accidentes. Aunque popular en un principio, la guerra dejó un cierto sentimiento de insatisfacción como el primer conflicto que los Estados Unidos no habían ganado de forma clara. El general Bradley, uno de los héroes de la Segunda Guerra Mundial, afirmó en el verano de 1950 que se debía "trazar una línea" frente a la expansión comunista y que Corea daba la oportunidad de hacerlo, pero el resultado proporcionó pocas satisfacciones. El Ejército surcoreano tuvo algo más de 400.000 muertos. Los norteamericanos calcularon también que podían haber muerto, entre norcoreanos y chinos, un millón y medio de personas más.
Las enseñanzas militares del conflicto fueron importantes, aunque no siempre fueron comprendidas de forma inmediata. Fracasaron rotundamente las operaciones de inteligencia y de información occidentales. Por el contrario, la Aviación norteamericana testimonió su absoluta superioridad: perdió sólo 78 aviones frente a los muchos millares del enemigo. Pero quizá no se sacó de ello todo el partido posible, debido a la demostración de que un Ejército cuyo nivel de armamento era muy inferior podía enfrentarse a otro muy superior con posibilidades reales de éxito. Los chinos y norcoreanos aprendieron que no debían hacer la guerra combatiendo a un Ejército moderno de la misma manera que lo habían hecho hasta el momento. De ahí que, años después, la estrategia aplicada en Vietnam fuera muy distinta.